Leyendo estos días el excepcional libro Pasión por la Historia Antigua. De Gibbon a nuestros días, coordinado por Antonio Duplá, Gregory Reimond y Christian Núñez, he vuelto a reflexionar sobre conceptos polémicos en la historiografía de la historia antigua como el “imperialismo defensivo” o la “guerra justa”.
El libro, que está dividido en 18 capítulos centrados en autores del siglo XIX y XX especialistas en el mundo antiguo, cuenta con uno dedicado a Theodore Mommsen (1817 – 1903), el imprescindible historiador alemán que escribió la Historia de Roma en 1856. Dice Antonio Duplá, responsable del capítulo, que la citada obra “constituye un documento excepcional sobre el pensamiento político de mediados del siglo XIX, en el que la unificación de Italia en época romana republicana representaría un modelo permanente para cualquier época de construcción nacional” (p. 81).
Este modelo nacionalista tan típico del siglo XIX encuentra su expresión en la fórmula del imperialismo defensivo que Mommsen utiliza para justificar el expansionismo romano: “Se afirma que el dominio mundial de Roma en realidad era el resultado de un proceso contrario a la voluntad del poder romano. En ese sentido serían las peticiones de ayuda de Estados aliados, el incumplimiento de tratados o, básicamente, la preocupación por evitar tener vecinos demasiado poderosos las razones que habrían obligado a Roma a intervenir en escenarios exteriores” (pp. 82-83).
Era la época no sólo de las construcciones nacionales en Italia y Alemania, sino también de las razas, todavía varias décadas antes de que este concepto alcance su máxima expresión en los años 30 del siglo XX, los argumentos de Mommsen no deberían sorprender a nadie. El propio Antonio Duplá ya volvió sobre este tema en 2005 con un artículo titulado “Imperialismo defensivo y guerra justa: de Th. Mommsen a M. Walzer”. Mommsen acepta en su visión de la Antigüedad la existencia de pueblos superiores e inferiores y, por tanto, la guerra como mecanismo inevitable de relación entre pueblos, lo que tiene matices claramente civilizatorios y colonialistas. Pero, sobre todo, el historiador alemán defiende la legitimidad de estas guerras cuando estas tengan como objetivo la unificación nacional.
En el caso de Roma, y según explica Duplá en el artículo antes citado haciendo referencia al pensamiento de Mommsen, su único horizonte “habría sido el dominio de Italia, para evitar tener vecinos demasiados poderosos y (…) proteger así el núcleo del imperio: de ahí la integración de África, Grecia, finalmente Asia en el círculo de las clientelas” (p. 231). Tal y como ya hemos señalado alguna vez en este blog, el ideal de la pax romana tiene que ver sobre todo con el de la hegemonía imperial y, por tanto, la noción de guerra justa, el iustum bellum, se construye ideológicamente sobre una paz impuesta. Lo cierto es que ningún otro periodo histórico como la Antigüedad Clásica ha estado tan marcado por la guerra como por la paz. Y decía Homero, tal y como recientemente recordaba Irene Vallejo, que el hombre se cansa antes de comer, beber o festejar que de guerrear.
Leyendo el libro de Duplá y volviendo sobre el imperialismo defensivo y la noción de guerra justa no he podido evitar pensar de nuevo en la invasión rusa de Ucrania y en las justificaciones de Putin, no muy lejos de los planteamientos que ya hemos explicado. En marzo ya escribimos en este mismo blog sobre las razones que Putin ha ofrecido al pueblo ruso para emprender esta guerra criminal. Decíamos que el dictador ruso cree que Ucrania es “una criatura soviética formada a expensas de la Rusia histórica” y que, por tanto, no tiene ningún derecho a ser independiente.
Además de esta explicación histórica, aquellos que justifican la actuación de Putin a menudo se excusan en una expansión de la OTAN hacia las repúblicas exsoviéticas europeas. De hecho, el propio dictador ruso ya ha advertido sobre una Tercera Guerra Mundial en el caso de que Ucrania se incorpore a la Alianza Atlántica, cuestión que, en realidad, nunca ha estado sobre la mesa de los europeos o de Estados Unidos. En España han sido muchos los que, como Héctor Illueca, vicepresidente de la Generalitat Valenciana, han argumentado que la culpa de la guerra en Ucrania es del expansionismo de la OTAN. Este es el discurso predominante en la izquierda radical europea y, curiosamente, también en algunos sectores prorrusos de extrema derecha. Las justificaciones para la guerra ya estaban presentes en el discurso romano a través de su iustum bellum que, tal y como explica Javier Andreu en un muy relevante artículo de 2009 titulado «El concepto de guerra justa y la justificación de los conflictos bélicos en el mundo clásico», ya estaba basado en pretextos para emprender los conflictos y en un proceso de declaración de guerra.
El discurso de Theodor Mommsen, que seguro que habría encantado a los romanos, hay que enmarcarlo en las corrientes de pensamiento nacionalista del siglo XIX. Es cierto que algunas de estas ideas servirán de sustento en algunos casos para el expansionismo italiano de Mussolini o para el expansionismo nazi de Hitler. El imperialismo defensivo de Mommsen no está lejos de la necesidad alemana del “espacio vital” o de las justificaciones actuales para la invasión rusa. El colonialismo civilizatorio ha sido, en realidad, una constante en la historia europea con diferentes formas y Mommsen vio en ello una justificación para las guerras emprendidas por Roma por mucho que, también es cierto, rechazó el imperialismo agresivo de Alemania a finales del siglo XIX. En cuestiones diplomáticas y militares, tal y como sentenciaba Marco Aurelio en sus Meditaciones, «no hay nuevo bajo el sol».
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