Hace apenas cuatro meses me estrenaba en la newsletter de Areté con estas palabras: “Europa está en peligro, y todavía no somos conscientes de ello”. Podría parecer un presagio de lo que estos días está ocurriendo en Ucrania. Sin embargo, mentiría si afirmase que, tal y como aseguraba el gobierno estadounidense, yo también imaginaba que Rusia emprendería una invasión a gran escala, por tierra, mar y aire, contra Ucrania.
Leía recientemente en un artículo de Pablo Pérez, último invitado de Areté, que el nombre de Ucrania, krajina, procede de un término que significa frontera. Las fronteras nunca son lugares fáciles: en ellas normalmente conviven lenguas y culturas diferentes, lo que a menudo supone guerras y conflictos de diversa índole. En el caso de Ucrania, también se trata de una frontera entre dos mundos: el democrático y el autoritario, el de la OTAN y el de los herederos de la URSS y el de la Unión Europea y el de Rusia.
Vladímir V. Putin cree que Ucrania no tiene ningún derecho histórico a ser independiente precisamente porque, tal y como se afana en repetir en sus discursos, el origen milenario de Rusia se encuentra en el siglo IX en la Rus de Kiev. Ya en julio del año pasado, el mandatario ruso publicó en la web del Kremlin un artículo titulado Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos en el que afirmó que Ucrania es “una criatura soviética” formada “a expensas de la Rusia histórica”. Recomiendo vivamente la lectura del artículo de Putin, pues muestra hasta qué punto entiende las relaciones internacionales en parámetros del pasado y las identidades colectivas como seres inmutables a lo largo del tiempo, tal y como se entendían las naciones en el siglo XIX. El verdadero deseo de Putin es dar marcha atrás en la Historia. No se trata exclusivamente de recuperar la soberanía rusa sobre Ucrania, sino de regresar a una Europa en la que sean las armas, y no la diplomacia, las que dicten el sentido de la Historia.
El primer hito de la independencia ucraniana fue un breve periodo después de la Primera Guerra Mundial aprovechando la inestabilidad resultante de la Revolución Rusa. Sin embargo, este primer periodo de libertad duró poco tiempo y Ucrania fue, de hecho, una de las repúblicas fundadoras de la Unión Soviética en 1922. Pero la represión, las imposiciones y las hambrunas durante el periodo soviético, especialmente bajo el mandato de Stalin, provocaron que Ucrania buscase y consiguiese finalmente su independencia en 1991, unos meses antes de la caída de la Unión Soviética.
La historia reciente de Ucrania y Rusia, los antecedentes cercanos del conflicto que hoy vivimos, son más conocidos. La OTAN invitó a Ucrania y a Georgia a sumarse a su organización en 2008, el Euromaidán de 2013 mostró el gran apoyo de los ucranios a la adhesión del país a la Unión Europea y Rusia decidió invadir la península de Crimea un año después. La adhesión de Crimea fue condenada por la comunidad internacional por ir en contra de los acuerdos de independencia de Ucrania respecto a Rusia, pero las sanciones no fueron ni duras ni duraderas. Mientras tanto, en el este de Ucrania, en la zona del Dombás, las protestas prorrusas finalmente terminaron en un conflicto civil que ya había causado más de 14.000 muertos antes del inicio de la nueva fase del enfrentamiento que estamos viviendo este año.
Josep Borrell decía el pasado viernes en una entrevista en El Mundo que “los europeos hemos construido la Unión como un jardín a la francesa: ordenado, bonito, cuidado, pero el resto del mundo es una jungla. Y si no queremos que la jungla se coma nuestro jardín, tenemos que espabilar”. El político español, experto tanto en diplomacia como en brillantes metáforas, ha liderado en estas semanas la respuesta europea a la guerra de Putin. La Unión Europea más que empequeñecerse ante la agresión rusa, se ha agigantado. Y estamos asistiendo de nuevo no sólo a una guerra en el Viejo Continente, sino también al resurgir de la Unión Europea como un poder unido en torno a Ucrania y verdaderamente geopolítico. Esto, para muchos, también parecía que iba en contra del sentido de la Historia.
Este artículo fue publicado originalmente en la newsletter de la Asociación Areté.
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