Ilustrísima Decana y Junta Directiva de la Facultad, profesores, empleados de la Facultad, alumnos, compañeros premiados y familias, es un honor para mí pronunciar este discurso como Premio Fin de Grado 2022.
El 1 de septiembre de 2016 entré en este Aula Magna por primera vez sin haber cumplido los 18 años para estudiar Historia y Periodismo. Eran las 4 de la tarde, hacía bastante calor y el discurso de bienvenida nos lo dio el profesor Alfredo Cruz. Hoy, otro filósofo, Juan Arana, al que también le doy la bienvenida, es el que nos ha ilustrado a todos con su conocimiento y sabiduría.
Dijo San Isidoro de Sevilla que “la filosofía es el conocimiento de las cosas humanas y divinas junto con el deseo de una vida honesta”. Y esa es la razón por la que estudiamos en la Facultad de Filosofía y Letras Historia, Filología, Filosofía, Humanidades, Política o Escritura Creativa. Porque queremos conocer todo lo humano y lo divino, y a eso no hay otra rama del conocimiento que nos gane, y porque a través de eso queremos lograr una vida honesta, contar la verdad, como tantas veces repetimos en esta casa.
Ante el peligro actual de vaciar de contenido histórico y humanístico las asignaturas de Letras con la excusa de entender el mundo actual, lo que sin embargo esconde en muchos casos la enseñanza de una ideología, nosotros, los humanistas, tenemos la obligación moral de protestar. Porque, para entender el mundo presente, primero hay que comprender el pasado, y para eso hay que conocerlo.
Hace un año, Irene Vallejo nos regalaba su Manifiesto por la Lectura y en él leíamos: “Conocer los hallazgos de nuestros ancestros nos ha inspirado ideas tan extravagantes como los derechos humanos, la democracia, la confianza en la ciencia, la libertad, la sanidad universal, la educación obligatoria, el valor de un juicio justo y la preocupación social por los débiles”. Y Vallejo se preguntaba quiénes seríamos hoy sin todo ello. Por tanto, qué sería del mundo sin nosotros, los humanistas, responsables de preservar la memoria de nuestras naciones, de recordar las consecuencias de nuestros errores, las virtudes de nuestros éxitos, las capacidades de nuestro lenguaje o las fronteras de nuestro pensamiento.
La búsqueda de los orígenes de Europa y la necesidad de evaluar y confrontar las fuentes tradicionales generó un impulso por investigar la Antigüedad Clásica que hoy en día parece olvidado por el interés de algunos en confrontar pasado y presente como si las generaciones actuales fuésemos mejores, moralmente superiores. Conocer la obra de los clásicos era la base imprescindible para comprender el mundo, la sociedad, la política y las artes. Como dice la delegada de alumnos de esta Facultad, Roma es pasado y proyección. Entender a Carlomagno y sus horizontes hispanos nos ayuda a comprender que los orígenes de la civilización europea en la que vivimos se remontan a muchos siglos atrás. Hoy, con el contenido histórico cada vez más fuera de los currículos y con cada vez menos horas de clase asignadas, el Estado está educando jóvenes que quizás conocen los problemas del mundo actual, pero que carecen de las bases de conocimiento para hacerles frente. En referencia a la Segunda Guerra Mundial, Manuel Chaves Nogales dijo: “Nunca una catástrofe nacional se ha producido en medio de una mayor inconsciencia colectiva”. Pues bien, nuestro trabajo como humanistas es evitar esa inconsciencia colectiva.
Creo firmemente que esta Universidad promueve que los estudiantes seamos lo que el cardenal John Henry Newman denominó en sus libros sobre la educación universitaria el gentleman: “Una persona correcta, con claridad de mente, noble, culta y de buen gusto”. La universidad, decía Newman, debe ser una “comunidad de aprendizaje” y, por eso, creo que este Premio de Fin de Grado me haría menos ilusión si lo hubiese conseguido rivalizando con mis compañeros. Como dice Marco Aurelio en las Meditaciones, “ama a los hombres que la suerte te dio por compañeros, pero desde el fondo de tu corazón”. Unos amigos que, como decía Quintiliano, espero que duren ad senectutem, “hasta la vejez”. A mi amiga Edurne Garde, a la que le hubiese encantado estar aquí, le mando desde esta tribuna un abrazo y mis mejores deseos.
Estudiar Historia me ha dado la posibilidad de disfrutar de uno de los mayores placeres que un navarro puede tener: explicar los orígenes de una tierra con una historia milenaria como la nuestra.
No puedo terminar este discurso sin un agradecimiento a los profesores de Ciencias Sociales del colegio Liceo Monjardín, donde tuve mi primera formación, y especialmente a los del Departamento de Historia de esta Facultad, quienes en cada clase me han demostrado que esta vocación merece la pena. En especial, quiero dar las gracias al profesor Javier Andreu, quien me ha apoyado y animado en cada paso que he dado durante estos años. Y, por último, quiero dar las gracias por su apoyo constante a mis padres, de quienes sin duda he heredado esta pasión, a mi hermana, a mi familia en general y, en especial, quiero dedicar este Premio a mis abuelas, fallecidas en el último año, y de quienes, especialmente hoy, me acuerdo.
Muchas gracias a todos y enhorabuena a mis compañeros y amigos premiados.
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