La actividad parlamentaria ha vuelto al Congreso un mes y medio después de la última sesión de control al Gobierno. Ni el estado de alarma, que limita algunos de nuestros más valiosos derechos fundamentales, ha provocado que los diputados trabajen en enero. Otra vez será. Hoy, sin embargo, no vengo a hablar de las vacaciones de sus señorías, sino de una frase que la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, pronunció ayer para pedir silencio a los diputados: “No se escondan tras unas mascarillas porque se les reconoce igualmente”.
Las mascarillas no son máscaras ni antifaces, pero nos impiden ver la boca del que habla, de tal manera que, cuando se acumula el griterío, resulta más complicado atribuir las palabras a una persona o a otra. La mascarilla recuerda a esos medios de comunicación que publican constantemente noticias sin firmar. Igual que algunos periodistas se ocultan tras una página web, muchos diputados utilizan la mascarilla para esconder la autoría de sus insultos y faltas de respeto. También recuerdan a aquellos tuiteros que se ocultan tras una foto de un perro, se ponen de nombre Chihuahua furioso y no dejan títere con cabeza.
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