La actividad parlamentaria ha vuelto al Congreso un mes y medio después de la última sesión de control al Gobierno. Ni el estado de alarma, que limita algunos de nuestros más valiosos derechos fundamentales, ha provocado que los diputados trabajen en enero. Otra vez será. Hoy, sin embargo, no vengo a hablar de las vacaciones de sus señorías, sino de una frase que la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, pronunció ayer para pedir silencio a los diputados: “No se escondan tras unas mascarillas porque se les reconoce igualmente”.
Las mascarillas no son máscaras ni antifaces, pero nos impiden ver la boca del que habla, de tal manera que, cuando se acumula el griterío, resulta más complicado atribuir las palabras a una persona o a otra. La mascarilla recuerda a esos medios de comunicación que publican constantemente noticias sin firmar. Igual que algunos periodistas se ocultan tras una página web, muchos diputados utilizan la mascarilla para esconder la autoría de sus insultos y faltas de respeto. También recuerdan a aquellos tuiteros que se ocultan tras una foto de un perro, se ponen de nombre Chihuahua furioso y no dejan títere con cabeza.
Lo que esconde la mascarilla es la identidad del que habla y, en el caso del Congreso de los Diputados, los peores instintos de sus miembros. Las bancadas del Parlamento recuerdan hoy más que nunca a los campos de fútbol. La futbolización de la nueva política consiste en que los diputados se cuadran detrás de su todopoderoso e indiscutible capitán y van al Congreso a hacer ruido mientras habla, mientras juega, el político del “equipo” contrario. La mascarilla se ha convertido en esa herramienta especial que permite a sus señorías desplegar anónimamente — o al menos eso parecen creer ellos — su mejor repertorio de insultos y abandonar el señorío que en algún momento del pasado les caracterizó.
La pandemia nos ha robado a familiares, nos ha quitado derechos y ha limitado nuestro ocio. No nos ha quedado más remedio que mutar en seres obedientes que a las 11 de la noche están en casa. En esta situación, muchos, como los sanitarios, los trabajadores de los supermercados o los militares han sido responsables, muy valientes y han trabajado para protegernos a todos. Lo único que se puede pedir a los políticos es que no aprovechen la mascarilla para ocultar su desvergüenza. Señorías, sean valientes.
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