Unidad, unidad y más unidad. Los últimos diez días estas han sido las palabras más repetidas por nuestros políticos. ¿Pero realmente ha habido unidad? Es evidente que no. La primera noche tras el atentado de Barcelona, Rajoy y Puigdemont se reunieron con sus equipos por separado. Pero unidad, eh. Hace un par de días los cuerpos de seguridad del estado denunciaron que los mossos les han marginado de la investigación. Pero más unidad. Puigdemont y la CUP han estado orquestando una manifestación de rechazo a España, o al menos que lo pareciese, en vez de una en contra del terrorismo. Unidad, ¿en serio?
Tanto el PP como el PSOE aprendieron del once de marzo de 2004 que no se pueden aprovechar de un atentado para hacer política y algunos teníamos la esperanza de que esta vez el debate no lo iban a centrar las cuestiones más políticas, sino que se iba a hablar más de los fallos que hemos cometido. A un mes del uno de octubre, la tentación de convertir una manifestación masiva en contra del terrorismo en otra en contra de España, de Felipe VI y de todo aquel que no piense como ellos era demasiado grande para Puigdemont y los suyos. Basta concentrar a un montón de independentistas que griten consignas, porten pancartas y agiten banderas para conseguir la internacionalización del procés.
Todo lo que no consiguió el presidente Puigdemont con sus giras por América y Europa, lo ha logrado en una tarde. No importa si la propaganda es buena o mala, sino que lo que importa es la foto. Una foto que aparezca en las portadas de los principales periódicos del mundo. Por ejemplo, el periódico italiano La República titula “nacionalismo sin solidaridad”, pero justo encima aparece una foto llena de esteladas.
El momento más triste de la jornada tuvo lugar en el plató de La Sexta en la Plaza de Catalunya. Pablo Iglesias acababa de ser entrevistado entre los aplausos y los vítores de un grupo numeroso de personas que se encontraban en las inmediaciones del plató y Andrea Levy, catalana miembro de la dirección nacional del PP, comenzaba a hablar. Los mismos que hace un minuto jaleaban a Iglesias, pitaban, silbaban e insultaban a Levy, tratando de evitar que se le escuchase. Gritaban a Levy “fascista” los mismos que no le dejaban hablar. La situación era tan surrealista que Xavier Sardá tuvo que salir en defensa de la entrevistada, que aguantaba con una entereza inquebrantable demostrando su gran talla política. Después tuvo que salir escoltada por cuatro mossos. Por si fuera poco, algunos tienen la desvergüenza de decir que todo esto no es más que libertad de expresión.
Como la esperanza es lo último que se pierde, creo que los independentistas ayer firmaron el comienzo del final del proceso separatista. ¿En serio los sectores moderados del PDeCAT se identifican con los insultos a Andrea Levy? ¿En serio todos los que trabajan por una República Catalana quieren que su “país” sea esto? La CUP ya es otra historia.
Mientras tanto, Junqueras ya ha comenzado a preparar junto a Podemos el próximo gobierno de Cataluña. Puigdemont quiere la independencia porque es el único modo de salvar a su partido. Junqueras quiere ser presidente. Si es en una República mejor, pero si no, no pasa nada. Me da que a la vieja Convergencia le va a salir el tiro por la culata.
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