Ayer me di cuenta de que nunca he sentido odio. Por nadie. No sé qué es eso y tampoco tengo ganas de sentirlo. Debe de ser una sensación terrible; es casi como estar poseído por una fuerza sobrenatural que te impide pensar y comportarte civilizadamente. Cuando vi el vídeo de los vecinos de Rentería que gritaban, insultaban y amenazaban a los simpatizantes de Ciudadanos después de un mitin, me di cuenta de lo que es el odio.
Vi niños, jóvenes y adultos. Vi personas que insultaban con la cara tapada y vi otras que no se escondían. Vi padres que enseñaban a sus hijos a llamar “fascistas” o “maricones” a los que no piensan como ellos. Pero, sobre todo, vi odio. Ojos y palabras llenas de odio, de rencor y de racismo.