Claudia Sheinbaum, nueva presidenta de México, sigue insistiendo estos días en que el rey de España “tiene que recapacitar” y pedir perdón por las “atrocidades” de la conquista española. Por supuesto que las hubo –y la leyenda negra se ha encargado de difundirlas durante 500 años– pero este debate va más allá de lo que podemos leer en las crónicas de la época: ¿Hasta qué punto los hijos somos responsables de lo que han hecho nuestros padres? ¿Y debemos pedir perdón por ello? ¿Tiene que disculparse Felipe VI por todos los crímenes cometidos por la Monarquía Hispánica?
En realidad, López Obrador y ahora Sheinbaum no buscan el perdón del rey de España, sino de lo que él representa: la nación española. Es decir, de los españoles. Pero lejos de considerar a la nación como una línea continua que permanece incorruptible e inmutable, los historiadores entendemos las naciones como seres vivos, que cambian, evolucionan y que incluso pueden morir. Como las naciones son, según Renan, un producto de la historia, tanto México como España son el resultado, entre otras muchas cosas, del contacto entre Hernán Cortés y los indígenas mesoamericanos. Para lo bueno y para lo malo.
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