
Por mucho que Bruselas albergue la mayoría de las instituciones europeas, mi idea de Europa proviene sobre todo de Atenas, Roma y, últimamente, de Kiev y de todos aquellos que son capaces de defender los valores europeos, ocurra esto en Georgia, Ucrania o Serbia.
Entre 500.000 y 700.000 personas se manifestaron el sábado 15 de marzo en Belgrado para pedir responsabilidades políticas tras la muerte de varias personas al derrumbarse una marquesina de una estación de trenes en una ciudad del norte del país. El movimiento está liderado por estudiantes que llevan 4 meses protestando contra la corrupción del presidente Vučić a la vez que reclaman una democracia que funcione de verdad.
No se trata de una protesta “europeísta” porque la Comisión Europea mantiene buenas relaciones con el gobierno serbio gracias al interés compartido de explotar minas de litio en el país. Sin embargo, las manifestaciones reclaman el respeto a valores europeos como la justicia y los derechos humanos.
Al mismo tiempo que tenía lugar la mayor manifestación en la historia de Serbia, miles de personas también salían a la calle en Budapest contra la interminable deriva autoritaria de Viktor Orbán. Péter Magyar, líder centroderechista de la oposición europeísta, encabeza los sondeos para unas elecciones que tendrán lugar en 2026 y que serán decisivas para saber si Hungría quiere formar parte de la Unión Europea o no.
Aunque apenas se está hablando de estas dos manifestaciones en la opinión publicada española, seguramente son más importantes que la de Roma, donde 50.000 personas se manifestaron con banderas europeas para reivindicar el orgullo de ser europeos. La de Roma no fue la manifestación más importante que tuvo lugar en Europa el sábado 15 de marzo, pero ha sido una lección para la ciudadanía europea: nuestro modus vivendi está en peligro y debemos defenderlo. Y no había mejor lugar que Roma, la “capital” histórica de Europa por muchos motivos, para decirlo.
Como las identidades se construyen normalmente por oposición, vivimos en unos años en los que se está construyendo la identidad europea. Durante mucho tiempo, ha sido difícil explicar un proyecto que a menudo se relaciona con la burocracia y el elitismo. Pero en una época en la que el despotismo y la autocracia se abren camino y la libertad de expresión está en riesgo, los europeos empezamos a percibir la necesidad de defender nuestra causa común.
El combate en Ucrania y las manifestaciones en Belgrado, Budapest, Roma o Tbilisi no son hechos aislados. Como dijo el escritor cordubense Séneca en sus Epístolas, membra sumus corporis magni. Somos miembros de un cuerpo mayor, Europa. Aunque a veces cueste conectar los nervios con las extremidades, los países del Este y los mediterráneos formamos parte de la misma unidad geográfica y, en gran medida, cultural. Pero compartimos algo más importante: la voluntad de convivir de acuerdo con unos valores comunes. Respetar la pequeña patria de cada uno es compatible con asumir que los europeos también formamos parte de una patria común que se llama Europa.
La construcción de la patria europea debe edificarse sobre la solidaridad. Durante la pandemia, los países europeos ricos fueron solidarios con España e Italia, permitiendo que nuestra recuperación económica se financiase con deuda común. Ahora nos toca a nosotros, que quizás vemos más lejos el fantasma de la guerra, ser solidarios con Polonia, Finlandia o las repúblicas bálticas.
La historia de Italia es bastante elocuente de lo que nos puede ocurrir si no permanecemos unidos. Después de la caída del Imperio Romano de Occidente en el año 476, Italia pasó la Edad Media fragmentada a medida que veía el surgimiento de ciudades-estado como Génova, Pisa, Florencia o Venecia. Abiertas de nuevo al Mar Mediterráneo, protagonizaron una explosión del genio humano sin límites en sus artes y ciencias, el Renacimiento. Pero no fueron capaces de unirse y terminaron sometidas al dominio de otros reinos europeos. No volvieron a ser poderosas hasta que se produjo la unificación italiana a finales del siglo XIX.
Quién sabe si los italianos han sido los primeros en salir a la calle porque son conscientes de lo que está en juego, de las consecuencias de la falta de unidad. Los europeos necesitamos unirnos más si no queremos que nos ocurra como a las ciudades-estado italianas, convirtiéndonos en el campo de batalla de otras potencias, mucho más poderosas y dinámicas que nosotros.
Los españoles deberíamos recoger el guante y organizar manifestaciones en nuestras ciudades en torno al fin de semana del Día de Europa, el próximo 9 de mayo. Estas manifestaciones deben servir para celebrar que estamos orgullosos de ser europeos y que queremos una paz justa, humana y duradera en Ucrania. La defensa de la única utopía razonable que hemos inventado los europeos, como ha escrito Javier Cercas recientemente, bien merece que los ciudadanos salgamos a la calle con banderas europeas.
Este artículo se ha publicado en la edición impresa de Diario de Navarra.

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