
Han corrido ríos de tinta en los tres últimos años, desde que comenzó la invasión rusa a gran escala de Ucrania, sobre el “momento Demóstenes” en el que vive Europa. Hace referencia a los discursos del orador ateniense contra la expansión de Filipo II de Macedonia en el s. IV a. C. El político ateniense alertó entonces del peligro que el avance macedonio suponía para la democracia ateniense, un sistema político muy diferente al que los europeos tenemos en la actualidad. Sin embargo, también representa el cimiento más firme sobre el que reflexionamos cada vez que alguien pone en cuestión la democracia representativa.
Creo que Europa hoy también vive un “momento Chamberlain”. Se trata del primer ministro británico que negoció con Hitler en 1938 el Acuerdo de Múnich por el que se aceptó la ocupación alemana del territorio checo de los Sudetes. La historia es conocida y el tratado apenas retrasó un año la Segunda Guerra Mundial, a pesar de la satisfacción con la que Chamberlain regresó a Londres convencido de que había calmado las ansias expansionistas de la Alemania Nazi.
Hay una diferencia entre Trump y Chamberlain que conviene tener en cuenta. Mientras que el mandatario británico cedió durante las negociaciones, el estadounidense ya ha cedido –asumiendo una auctoritas sobre Ucrania que nadie le ha concedido– antes de que éstas hayan comenzado. Rusia, sin embargo, no ha cedido nada y continúa lanzando ataques aéreos sobre Kiev. A Chamberlain, además, nunca le gustó Hitler. Si Trump pone al agresor por delante del agredido y ya ha cedido parte de la soberanía ucraniana, ¿qué queda por ceder en la mesa de las negociaciones? Trump amenaza con retirar a las tropas estadounidenses del este de Europa, propone que los ejércitos europeos no estén respaldados por la OTAN en Ucrania y humilla al país invadido al afirmar que Zelenski fue quien empezó la guerra.
La cuestión es que, hoy en día, en 2025, Chamberlain no es Starmer. Tampoco es Macron, Scholz, Meloni, Tusk o Sánchez. Por supuesto, no es Von der Leyen. El hecho de que Chamberlain sea Trump –y no uno de los políticos que he citado– da buena cuenta del papel que tenemos los europeos en el nuevo orden mundial.
Alexander Dugin, el gran ideólogo del mesianismo ruso, celebró desde el primer día en X los ofrecimientos de Trump: “Aquí estamos. El fin del globalismo. El fin de Ucrania. El fin de Canadá. El fin de la UE. Ya basta. Hagamos cosas serias. Es asunto de los grandes”. Este es el gran resentimiento que recorre parte del mundo, la revancha que ha retratado el periodista Andrea Rizzi en un ensayo publicado hace apenas un mes. Un resentimiento contra la globalización que no sólo recorre Rusia, sino que también se ha manifestado en Estados Unidos con la victoria de Trump. Todo ello forma parte de un ataque global al sistema de normas e instituciones que nos hemos dado desde 1945. Aquellos países que mejor lo representan, como los europeos y Canadá, son el blanco en la diana de pensadores resentidos como Dugin. El nuevo orden que aspiran a construir es el de una Europa dividida, una Ucrania postrada a los intereses geoestratégicos de las grandes potencias y un mundo en el que la pistola sobre la mesa sea lo que importe en las negociaciones.
En este contexto, las elecciones alemanas de esta semana resultan críticas para el futuro europeo. Hay razones para ser optimistas, pues la tradición alemana reciente de pactos de gran coalición entre socialdemócratas y democristianos invita a pensar que se va a mantener el statu quo, pero también hay razones para el pesimismo, si tenemos en cuenta el reciente acercamiento de Merz, el candidato de la CDU, a la extrema derecha prorrusa de la AFD, que aspira a ser la segunda fuerza.
Sabemos quién es Chamberlain, pero ¿quién es Demóstenes? ¿Quién lidera en la Unión Europea la reacción frente al complejo turístico que se quiere construir sobre los cadáveres de miles de muertos en Gaza? ¿Quién reivindica con fuerza que la negociación de la paz en Ucrania no se puede hacer sin contar con la voz de Europa? Este último fin de semana ha tenido lugar la Conferencia de Seguridad de Múnich y, como han recordado los historiadores Timothy Garton Ash y Antony Beevor, recuerda demasiado a la Conferencia de 1938. No se debe abusar de las comparaciones históricas, pero la historia, inevitablemente, debe ayudarnos a interpretar el presente y orientar el futuro.
Los viejos fantasmas de Demóstenes y de Chamberlain recorren Europa. Conviene recordar que el intelectual griego terminó suicidándose y el líder británico, a pesar de que fue visto momentáneamente como un héroe por la opinión pública internacional, quizás igual que Trump hoy en muchos países del Sur Global, ha terminado siendo presentado en la Historia como el artífice de la “traición de Múnich”. La retirada de Estados Unidos de Europa que ya profetizó De Gaulle en 1966 ha llegado. Es el momento de hacernos responsables de nuestro futuro.
Este artículo se ha publicado en la edición digital e impresa de Diario de Navarra.

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