Claudia Sheinbaum, nueva presidenta de México, sigue insistiendo estos días en que el rey de España “tiene que recapacitar” y pedir perdón por las “atrocidades” de la conquista española. Por supuesto que las hubo –y la leyenda negra se ha encargado de difundirlas durante 500 años– pero este debate va más allá de lo que podemos leer en las crónicas de la época: ¿Hasta qué punto los hijos somos responsables de lo que han hecho nuestros padres? ¿Y debemos pedir perdón por ello? ¿Tiene que disculparse Felipe VI por todos los crímenes cometidos por la Monarquía Hispánica?
En realidad, López Obrador y ahora Sheinbaum no buscan el perdón del rey de España, sino de lo que él representa: la nación española. Es decir, de los españoles. Pero lejos de considerar a la nación como una línea continua que permanece incorruptible e inmutable, los historiadores entendemos las naciones como seres vivos, que cambian, evolucionan y que incluso pueden morir. Como las naciones son, según Renan, un producto de la historia, tanto México como España son el resultado, entre otras muchas cosas, del contacto entre Hernán Cortés y los indígenas mesoamericanos. Para lo bueno y para lo malo.
El hecho de que seamos el resultado, a ambos lados del Atlántico, de ese proceso histórico no quiere decir que los españoles actuales seamos responsables de lo que ocurrió hace 500 años. De la misma manera que los mexicanos actuales tampoco son las víctimas.
¿Tuvo sentido que Willy Brandt se arrodillase en Varsovia en 1970 como canciller de la República Federal Alemana para pedir perdón por la ocupación de Polonia? Es evidente que sí, habida cuenta de que eran crímenes cometidos por muchos alemanes de la misma generación que Brandt, aunque él mismo también era una víctima del régimen nazi. La pregunta que conviene hacerse es cuándo dejamos de ser responsables como sociedad de lo que han hecho las generaciones pasadas. No tengo respuesta a esa pregunta, pero creo que llega un momento en el que, sin olvidar, conviene continuar al margen de esa herencia, y actuar conforme al presente.
Más que pedir perdón, lo que conviene es reparar el pasado o las explicaciones del pasado esencialistas. Se trata de ofrecer discursos históricos que pongan sobre la mesa las luces y las sombras de la historia. Todas ellas. Stefan Zweig se preguntaba: ¿Es justa la historia? Y afirmaba que ésta “exalta a unos pocos héroes hasta la exageración mientras que deja caer en la oscuridad a los héroes de lo cotidiano, a los personajes heroicos de segunda y tercera fila”. Y creo que la única “justicia” que podemos ofrecer a esos mexicas que derrotó Hernán Cortés es la búsqueda de la verdad histórica, sin dejar caer en el olvido a esos personajes de segunda y tercera fila. Y esa tarea, evidentemente, nos corresponde, no al rey de España o a los políticos, sino a los investigadores. En este sentido, Javier de Navascués, catedrático de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Navarra, ha explicado estos días que «los conquistadores no eran funcionarios de la Corona, sino emprendedores armados». Aunque compartían los objetivos y contaban con la autorización de la Monarquía, estas huestes eran empresas privadas.
Son muchos los que, ante esta cuestión, han reclamado con ironía que los italianos nos pidan disculpas a los españoles por la conquista romana. Aunque me encuentro estos meses en Roma para una estancia, tengo que reconocer que no me he atrevido a intentarlo. En cualquier caso, estos días me he encontrado con una polémica entre Miguel de Unamuno y Sabino Arana en relación con la conquista romana. De acuerdo con una publicación reciente del profesor Jonatan Pérez Mostazo de la Universidad del País Vasco, Unamuno defendió que “los latinos nos sacaron de la barbarie, ellos nos han civilizado, haciendo de los vascos parte de la gran familia latina”. Arana, en cambio, vio en esta afirmación el inicio de una campaña “eminentemente destructora para rebajar y desacreditar el euskera”. En Navarra, en 1895, ante el descubrimiento del bronce ibero de Larumbe, evidencia del paganismo de los vascones antiguos, Juan Iturralde y Suit, al contrario, acusaba a los romanos de “modificar las ideas religiosas” con sus prácticas “decadentes”. Supongo que hoy en día todavía quedarán navarros que preferirían seguir hablando en vascónico.
Nada nuevo, por tanto, en la polémica entre España y México. Preguntarse qué les debemos a aquellos que “nos” han conquistado y, sobre todo, qué nos deben aquellos que “nos” conquistaron, son preguntas que no van a desaparecer de nuestras sociedades. En palabras de Eric Hobsbawn, tanto los seres humanos como las naciones estamos enraizados en el pasado. Sin embargo, convendría que Sheinbaum prestase menos atención a esas supuestas deudas que ella ve en la historia y se esforzase más en hacer frente a los crímenes del presente. Por ejemplo, rompiendo con la lamentable posición que su predecesor, López Obrador, ha mantenido en relación con la invasión rusa de Ucrania y que ella ha continuado invitando a Putin, quien más se parece a Hitler en el siglo XXI, según ha escrito Timothy Garton Ash, a su ceremonia de toma de posesión.
Este artículo se ha publicado en la edición impresa de Diario de Navarra.
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