Se han cumplido ya 34 años desde que el 31 de julio de 1990, en un acto solemne en el Palacio de Navarra, el entonces secretario de Estado de Hacienda, Josep Borrell, firmase en la sede del Gobierno foral un acuerdo para renovar el convenio económico entre el Estado y Navarra y dar continuidad a una larga “historia foral, de pactos y armonía con el resto de España”, según recogía la edición impresa de Diario de Navarra del día siguiente. Ahora, el Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad de la Unión Europea, vuelve a Pamplona para recoger el II Premio Navarra Puerta de Europa en el marco de los VI Cursos Europeos de Verano que organizamos Fundación Diario de Navarra y Equipo Europa.
Una de las primeras veces que escuché a Borrell fue el 8 de octubre de 2017. Vi por televisión a todo un expresidente del Parlamento Europeo clamar en una multitudinaria manifestación constitucionalista contra el “procés” y la declaración unilateral de independencia y defender, con ello, los valores europeos. Borrell apareció en aquel discurso memorable con una “estelada” europea que representa la solidaridad y el Estado de derecho, aquello que se estaba rompiendo en Cataluña. El compromiso político con su tierra le costó hace unos meses que le quitaran una calle con su nombre en su pueblo del Pirineo catalán tras un “referéndum” con un 12% de participación.
El mandato de Borrell como Alto Representante ha estado marcado por la invasión rusa de Ucrania. Como ha explicado el ministro de Exteriores de este país, Dmitró Kuleba, Borrell no sólo ha coordinado la política exterior europea, sino que la dirigido y la ha orientado a pesar de las grandes limitaciones que tiene su cargo. Y en el caso de Ucrania, el trabajo de Borrell ha tenido resultados: ha conseguido convertir el Fondo Europeo de Apoyo a la Paz en la mejor herramienta para financiar las armas que necesita Ucrania. Hemos pasado de enviar cascos a aviones F-16. Pero a Borrell, como a los ucranianos, todo ello le parece insuficiente. En los últimos días, ha defendido levantar restricciones al uso de armamento occidental en la ofensiva ucraniana en Kursk, en territorio ruso. Y ha demostrado que en los próximos años la Unión Europea se integrará no sólo a partir de los nuevos países que se incorporen a la Pax Europaea, sino también a partir de las nuevas capacidades de defensa de las que nos debemos dotar conjuntamente.
Afirma Borrell que “las guerras aceleran y orientan la historia” y está claro que la de Ucrania ha cambiado para siempre el statu quo mundial posterior a la caída del Muro de Berlín. Si Europa vive lo que se ha denominado un “momento Demóstenes”, en referencia a los discursos del orador ateniense contra la expansión de Filipo II de Macedonia, Borrell se ha convertido en quien mejor ha pronunciado sus “Filípicas” particulares contra el imperialismo de Putin.
En segundo lugar, estos meses han estado marcados por el conflicto en Oriente Medio, donde las “cicatrices de la historia” son más visibles que en ningún otro lugar. En las primeras semanas después del ataque terrorista de Hamás, el Alto Representante acudió a Jerusalén, pero también a Ramala, la capital de Palestina, convirtiéndose en el primer representante europeo en visitar Cisjordania tras el inicio del enfrentamiento. Borrell, cuyo primer matrimonio se forjó en un kibutz israelí y tiene un hijo que habla hebreo, defendió que “un horror no justifica otro horror” y que, si se quiere frenar la “espiral de violencia”, no hay otra alternativa a la solución de los dos estados que defiende la comunidad internacional y por la que, sin embargo, ésta apenas ha hecho nada desde los Acuerdos de Oslo.
Borrell ha demostrado ser un político coherente, con principios sólidos y formación intelectual, que no sólo habla, sino que escucha y, sobre todo, que llama a las cosas por su nombre. Una rara avis de la política europea y no digamos ya de la española. Borrell ha sido uno de los pocos líderes que ha entendido que la Unión Europea, si quiere ser un actor influyente, debe defender el derecho internacional siempre, y hacerlo en todas partes, independientemente de quién lo vulnere.
Pero quizás la faceta que más quiero destacar de Borrell –y quizás es necesario conocerle en persona para apreciarla– es su faceta como profesor, su vocación no sólo para explicar el mundo, sino para que los demás lo entiendan. Buena prueba de eso son los cursos de verano que desde hace veinte años promueve en Santander y en los que, durante una semana, conversa con cualquier ciudadano, con cargo o sin cargo, jubilado o estudiante, que se pasa por allí. El Borrell socrático, aquél que rebate los lugares comunes o los argumentos simples, es su mejor versión.
Durante 50 años –que se dice pronto– de carrera política, quizás la más extensa de cualquier político español, Josep Borrell no ha renunciado a sus principios y ha luchado por la democracia en España, primero, por la justicia social y un mejor reparto de la riqueza, también entre territorios como secretario de Estado de Hacienda, por la integración de nuestro país en Europa y por la llamada “Constitución” europea que, por desgracia, nunca pudo ser. Cuando parecía que su carrera política estaba terminada y que podía disfrutar de su afición a la montaña, Borrell volvió a primera línea para luchar, de nuevo, por la convivencia y el respeto a la ley en Cataluña, por la paz en Europa y la victoria en Ucrania, y por el fin de las masacres en Palestina. Por todo ello, Josep Borrell merece el II Premio Navarra Puerta de Europa.
Este artículo ha sido publicado en la edición impresa y digital de Diario de Navarra.
Deja una respuesta