Cuando se trata de estudiar el humanismo y el europeísmo, en España no nos faltan los referentes históricos (Luis Vives, Joaquín Costa, José Ortega y Gasset…) o más recientes (José María Gil-Robles o el propio Josep Borrell), pero hay uno que en su faceta de intelectual europeísta destaca por encima de todos ellos: Salvador de Madariaga (1886 – 1978). Una de las lecturas que más he disfrutado en los últimos meses es precisamente un libro sobre esta importante figura del siglo XX español. Se trata de una biografía, resultante de una tesis doctoral, publicada hace un par de meses por el doctor en Historia por la Universidad de Navarra Santiago de Navascués, y que lleva por título “Salvador de Madariaga. El hombre que entró por la ventana”.
Esta semana celebramos el Día de Europa, que tiene lugar anualmente el 9 de mayo, y conmemora la Declaración Schuman de 1950 con la que se pusieron las bases de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero y, por tanto, de la Unión Europea actual. La reflexión en torno a la vida y pensamiento de Madariaga tiene un mayor sentido en estos días en los que celebramos el Día de Europa y volvemos a reivindicar el valor de la paz conseguida a lo largo de estos 70 años de integración europea.
Una de las cosas que Navascués explica en el libro es que Madariaga “alentó la creación de un espíritu europeo a través de la cultura y la fe en lo propiamente europeo”. Y cabe preguntarse qué es esto: si todavía hoy, en el mundo globalizado de 2023, incluye el pensamiento clásico, el cristiano y el humanista, o si se trata únicamente de algunas ideas más “prácticas” como la paz, el progreso, el estado del bienestar, la igualdad o la sostenibilidad medioambiental. En realidad, para Madariaga, un auténtico liberal, el espíritu europeo era sobre todo la búsqueda permanente de la libertad, y lo cierto es que europeos orientales como los ucranianos o los georgianos son los que en este momento representan la esencia de la palabra libertad. Y es que ésta cobra sentido, sobre todo, cuando un pueblo es oprimido.
La única esperanza para los anhelos de paz y de libertad de los ucranianos es la entrega de armas por parte de los países de la Alianza Atlántica y el sostenimiento económico de la Unión Europea. Madariaga fue un referente del pacifismo y de la idea utópica de un gobierno mundial, pero los europeos hemos entendido en el último año que aquello que de verdad garantiza la paz es la libertad y la democracia, y no las interdependencias económicas en las que también creyeron Robert Schuman, Willy Brandt, Angela Merkel y tantos otros en el siglo XX y XXI. Aunque la clave del proyecto europeo es precisamente que esta receta de las relaciones económicas y comerciales ha funcionado entre nosotros, no lo ha hecho con Rusia y difícilmente lo hará con China.
Salvador de Madariaga también se caracterizó por la defensa de la libertad de los países del este de Europa oprimidos por el comunismo soviético. Según Madariaga, ayudar a los países del este de Europa era imprescindible para evitar que “la opresión comunista llegase a la Europa occidental tarde o temprano”. Y éste ha sido el mismo planteamiento, eliminando el componente soviético, que ha guiado a la Unión Europea a liderar la ayuda humanitaria y armamentística a Ucrania.
En estos últimos meses también hemos visto manifestaciones multitudinarias en Georgia contra una ley de agentes extranjeros, finalmente retirada, que se inspiraba en la legislación rusa, restringía la libertad de asociación y, por tanto, dificultaba la entrada de este país en la Unión Europea. Muchos manifestantes protestaban contra esta ley con la bandera europea, la bandera de la libertad.
Vuelvo a preguntarme qué es lo propiamente europeo y me cuestiono si esto incluye a Ucrania, Georgia, Serbia, Macedonia del Norte… Y lo cierto es que la Unión Europea estará incompleta, mutilada, sin la integración de aquellas naciones europeas que aspiran a serlo no sólo geográfica e históricamente, sino también políticamente. España debe aprovechar, por tanto, la presidencia del Consejo de la Unión Europea del próximo semestre para promover la integración europea no sólo a nivel de políticas, sino también desde el punto de vista territorial, porque sólo la expansión de nuestra democracia liberal garantizará la paz en el continente europeo.
Decía Madariaga que “todos los españoles, aunque seamos herreros o farmacéuticos, tenemos que ocuparnos de la política”. En el Día de Europa conviene recordar que preservar la democracia europea es responsabilidad de todos aquellos que creemos en “lo propiamente europeo”: la paz y el estado del bienestar, resultado de las tradiciones culturales, religiosas y de pensamiento de nuestro Viejo Continente.
Este artículo fue publicado originalmente en la edición digital y en la edición impresa de Diario de Navarra.
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