Ana Mari García Ascunce (1924 – 2022), hermana de mi abuela Margarita, falleció el pasado 30 de diciembre a los 98 años. Aunque he tardado más de la cuenta, no podía faltar a la cita con este blog y recordarla ya que, de alguna manera, mis conversaciones con ella a lo largo de todos estos años han contribuido a forjar lo que soy, un historiador. Pero ha sido sobre todo lo mucho que ya echo de menos sus llamadas y nuestras conversaciones con ella lo que me ha llevado a escribir estas líneas que comparto con vosotros. Y espero que, desde el Cielo, también con ella.
No es que la afición al estudio del pasado sea en mi familia algo poco común, pero los 98 años de vida de Ana Mari en Pamplona han estado profundamente marcados por los cambios sociales y políticos que ha vivido nuestra ciudad desde la Segunda República hasta la actualidad. Cuando estalló la Guerra Civil, Ana Mari estaba a punto de cumplir 12 años, una edad suficiente para recordar los acontecimientos del 18 de julio de 1936 y la marcha de los requetés hacia Madrid en lo que pensaban que sería una rápida victoria, los bombardeos de Pamplona, los desfiles tras el triunfo del bando franquista, las visitas del dictador a la capital navarra y, ya en los años setenta, los atentados de ETA o la Transición y los Sanfermines de 1978.
Pero sin duda, de todo ello, lo que más marcó la infancia e incluso la personalidad durante toda su vida de Ana Mari García fueron los bombardeos del 22 de mayo de 1937 en el Redín de Pamplona, junto al Portal de Francia. Ella vivía con sus padres y sus hermanos en la calle Dormitalería del Casco Viejo, donde también creció la familia Mendiburu y donde vio en las semanas después del 18 de julio a mujeres represaliadas, quizá viudas, con el pelo rapado, humilladas.
Aquel 22 de mayo fue a jugar, como tantos otros días, al Redín, y tuvo la “suerte”, que fue desgracia para otras once personas, de que las bombas de la aviación republicana cayeran al otro lado de la muralla. Se libró por poco de ser una víctima más de la Guerra Civil, pero para siempre le quedó el trauma de las bombas, que le llevó a vivir durante el resto de la contienda en Huarte con la tía Anastasia. En aquella época esto era como irse a vivir al campo, tal y como los jóvenes británicos harían unos años más tarde en la Segunda Guerra Mundial. Curiosamente, unos meses más tarde, su hermana Margarita García y su tía Amparo Ascunce, también vivirían de cerca los bombardeos de la Diputación, cuyas muescas en los pilares que la sostienen todavía conservan la memoria de aquellos días. Ellas también tuvieron la suerte que no compartió su tío Juan Ascunce Sarasibar, víctima de los bombardeos de Durango de 1937.
Ana Mari García fue una mujer de su época que, sin embargo, trabajó desde joven y hasta la jubilación en diferentes notarías de Pamplona. Cuidó de sus cinco hermanos, se podría decir incluso que lo hizo desde la Guerra Civil, después lo hizo de sus padres Martín y Áurea y volvió a cuidar de sus hermanos, en particular de Miguel. Finalmente, siempre estuvo pendiente en sus últimos años de todos sus sobrinos y de todos sus sobrino-nietos. Para ella, la familia era siempre lo primero.
No puedo evitar en estas líneas recordar el momento que compartí con Ana Mari y con mi tía Amparo Larequi el 22 de octubre de 2020, día en el que falleció su hermana y mi querida abuela Margarita García. Ambas tenían en común el interés por Pamplona y sus gentes, y no había día en el que no se llamasen para compartir las últimas novedades de la familia y, sobre todo, las esquelas e historias que ambas habían leído a primera hora en la edición impresa de Diario de Navarra.
El día en el que falleció mi abuela supimos que a Ana Mari le teníamos que dar la noticia en persona, no había llamada que valiese. Cogimos el coche y fuimos hasta su casa en San Juan, nos sentamos junto a ella, cada uno a un lado y se lo contamos. No creo que olvide su reacción ante la triste e inesperada noticia: comenzó a llorar desconsoladamente, se tiró sobre nuestro regazo y se puso la mascarilla porque decía que no quería hacernos daño. En aquel momento la segunda ola de la pandemia estaba volviendo a llenar los hospitales y a Ana Mari, entonces con 96 años, lo que le preocupaba era contagiarnos a dos personas mucho más jóvenes que ella. Esto era Ana Mari: una buena persona que, por encima de todo, amaba a su familia.
Fue con mi abuela Margarita y sobre todo con la compañía de su hermana Tere, de Fernando y Juana Mari y del resto de sus sobrinos con quienes Ana Mari disfrutó de sus últimos años de vida con una memoria envidiable y una devoción religiosa admirable. Nunca dejó de preocuparse por saber más de los acontecimientos históricos que vivió y nunca dejó de preocuparse porque yo, que comparto muchos de sus intereses, entendiese, también desde su visión, los acontecimientos del siglo XX español. Nunca dejó de empatizar con todas las víctimas de la Guerra Civil y del franquismo y siempre recordó con mucho dolor a las víctimas de ETA. Y, sobre todo, al final era lo que más le importaba, nunca dejó de estar cerca de nosotros. Apenas 17 días antes de su fallecimiento me llamó por teléfono para felicitarme, siguiendo la costumbre que nunca se le había olvidado.
Nunca te olvidaremos. Te hemos querido y te queremos mucho, Ana Mari.
Eduardo Larequi dice
Una semblanza preciosa, Javier. Voy a compartirla con todos los primos de la familia.
Javier Larequi Fontaneda dice
Muchas gracias, Eduardo. ¡Un fuerte abrazo!
En tu semblanza señalas la autoría de los terribles bombardeos que sufrió Pamplona y que han pasado a la historia tras los de Gernika y Dresden: REPUBLICANOS.
Y continúas: […] la suerte que no compartió su tío Juan Ascunce Sarasibar, víctima de los bombardeos de Durango de 1937. […]
Quiénes fueron los autores de estos bombardeos sobre Durango? Según el texto podrían ser “republicanos”.
Si quiere información sobre los bombardeos de Durango no tiene más que buscar en Google.
No serían los amigos de los de „la marcha“, los „requetés“, verdad?
Los tuyos, es decir.
Muy emotiva semblanza y muy bien escrita, Javier. Qué no hubiera dado ella por leer lo le dedicas en esas líneas. como siempre, y fiel ya a tu estilo, muy atinada.
Muchas gracias, Pilar. Pues sí, hubiese disfrutado muchísimo. ¡Un fuerte abrazo!
Una magnífica semblanza, con mucho cariño, de tu tía abuela. Memoria.
Enhorabuena Javier
Muchas gracias, Esteban. ¡Un abrazo fuerte!