Ya hace unos meses que Josep Borrell había utilizado por primera vez la hoy polémica metáfora del “jardín” y la “jungla”. Sin embargo, ha sido su intervención en Brujas ante los estudiantes del Colegio de Europa, entre los que se encuentran algunos amigos muy queridos como Marcos, Julia, Víctor o Paula, lo que ha desatado una feroz crítica al Alto Representante en círculos académicos, políticos y diplomáticos.
Los ojos estaban puestos sobre el político español después de haber pronunciado unos días antes un también polémico discurso ante los embajadores de la Unión Europea, en el que exigía una mayor proactividad a los representantes de la UE en el mundo para defender nuestros intereses, autonomía y nuestro modo de vida europeo. Como es habitual, Borrell no tuvo reparos en hablar claro y criticó a los embajadores que se entera más de lo que pasa leyendo la prensa que por sus informes, un rapapolvo en toda regla. De todo menos diplomático.
Es probable que este discurso, alabado entre los periodistas y muchos analistas, no sentase bien a quienes trabajan diariamente desde hace décadas en las instituciones europeas, ya sean políticas o académicas. Muchos de ellos parece que han sucumbido a la cultura de la cancelación también en cuestiones referidas a la política exterior. Y quizás la crítica del Alto Representante a los mal llamados “burócratas” de Bruselas explica por qué las peticiones de dimisión han llegado ahora y no en primavera, cuando Borrell ya hablaba del jardín a la francesa, decía entonces, y de la jungla. A nadie le gusta que se metan en su jardín.
Hay quienes creen que detrás de las palabras de Borrell hay un “neocolonialismo” en referencia al pasado imperial europeo en países, por ejemplo, amazónicos. Acusan al jefe de la diplomacia europea de inspirarse en el neoconservadurismo de Robert Keagan y de basarse en un postulado “civilizatorio” cuando afirma que los europeos debemos “entrar en la jungla” y los diplomáticos deben convertirse en los “jardineros” que cultiven los valores europeos por todo el mundo con más convicción que hasta ahora.
Pero qué es la jungla y qué es el jardín según el Alto Representante. El propio Josep Borrell lo ha explicado estos días en su blog, en el que hace la siguiente pregunta: “¿Debe el orden internacional estar basado en principios aceptados por todos independientemente de su poder, o debe, por el contrario, basarse en la ley del más fuerte que habitualmente denominamos ‘la ley de la jungla’?”. Por tanto, el jardín es el respeto a las reglas del juego, al orden internacional, a los tratados y convenciones de derechos humanos o a los acuerdos de libre comercio. Es decir, se trata del sistema político que la comunidad occidental nos hemos dado después de la Segunda Guerra Mundial con la Organización de las Naciones Unidas, entre otras. En el caso de Europa se suma la Unión Europea, en la que se conjugan la libertad política, la prosperidad económica y la cohesión social como nunca antes en la historia y como en ningún otro lugar del mundo. Ese es el jardín del que habla Josep Borrell.
La jungla hace referencia a aquellos países que no respetan el orden internacional ya estén estos en el Amazonas, como el Brasil de Bolsonaro, o en Siberia, como la Rusia de Putin. Según Borrell, la jungla del autoritarismo avanza frente a las democracias en declive, pero este no es un proceso irreversible frente al que no tengamos nada que hacer. Depende de que cultivemos el jardín dentro de las fronteras europeas y también fuera, y es precisamente este último punto el que muchos interpretan como neocolonialista. Pero, tal y como brillantemente planteaba el periodista Bernardo de Miguel, resulta llamativo que “gobiernos que encarcelan a sus opositores y no respetan los derechos y libertades de sus propios ciudadanos se sienten ofendidos por ser encuadrados como parte de la jungla”. Algunos ejemplos son Irán o Emiratos Árabes Unidos, ayudados, como no, por amplios sectores de la izquierda radical europea.
Uno va más allá de la metáfora de Borrell y se encuentra con que precisamente su mensaje hacia los países en desarrollo es de empatía y solidaridad. Explica el Alto Representante que Europa, para preservar su modo de vida, debe salir de su jardín y defenderlo por el mundo –de hecho, para eso están los diplomáticos– y debe hacerlo no con palabras vacías, sino con inversiones económicas reales y solidaridad. Josep Borrell critica que la Unión Europea a menudo se ha sentido cómoda dentro de sus fronteras y no se ha esforzado lo suficiente, ni en marketing ni en inversión, por hacer llegar su mensaje al resto del mundo, sobre todo en América Latina y en África. No obstante, será muy difícil para la Unión Europea tener éxito con este mensaje democrático mientras haya países dentro de nuestras fronteras que se acerquen peligrosamente al autoritarismo, como es el caso de Hungría.
Se trata de defender ese modo de vida europeo con más fuerza en todo el mundo. No en vano, la actual Comisión Europea tiene una cartera ostentada por el griego Margaritis Schinás dedicada a esta alta responsabilidad. Recordaba Víctor Manuel Arbeloa estos días en su blog que el filósofo Pascal Bruckner ha explicado en los Encuentros del 72-22 que “a Europa le falta más que la indefinición el orgullo de sí misma: parece que siempre se disculpa por existir, cuando realmente es un oasis de civilización en un océano de salvajismo y arbitrariedad”. Y, tal y como señala Arbeloa, esto no se aleja mucho de lo explicado por Borrell sin que, obviamente, haya tenido la misma repercusión.
El Alto Representante propone que la generosidad de los europeos para el mundo en desarrollo sea mayor. Debemos volver a mirar a la historia para practicar una verdadera liberalitas y promover el desarrollo de áreas críticas como Centroamérica y el Sahel. Si Vespasiano practicó esa generosidad imperial para promover obras públicas y monumentalización urbana, los europeos ahora debemos invertir más en infraestructuras de sanidad y educación en estos países. De hecho, es la inversión en estas dos áreas lo que garantiza el desarrollo económico a medio y largo plazo.
Por tanto, la Unión Europea necesita jardineros comprometidos. En realidad, lo que hemos hecho en Equipo Europa en los últimos meses con los Cursos Europeos de Verano de Pamplona, la Cumbre Europea de la Juventud de Bilbao o el European Youth Event de Santander es eso: cultivar el jardín. Aunque las siete plagas de pandemia, guerra o inflación hacen más difícil nuestro trabajo comprometido, optimista y reformista con la Unión Europea, todo esto en realidad nos inspira para ver de forma más clara que nuestro presente y nuestro futuro pasa por los valores del jardín europeo. Y su supervivencia pasa por defenderlo dentro y fuera de nuestras fronteras le pese a quien le pese.
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