Europa está en peligro, y todavía no somos conscientes de ello. Al contrario que en otros momentos de la historia, no se trata de un peligro militar o bélico. Se trata de un cuestionamiento cada vez más claro de nuestro modo de vida europeo: prosperidad económica, libertad política y cohesión (solidaridad) social. Hoy en día, nuestros enemigos no nos mandan tanques o soldados, sino que arrojan inmigrantes, es decir, vidas humanas, sobre nuestras fronteras, tal y como está haciendo Bielorrusia en Polonia en las últimas semanas.
Tanto desde el punto de vista económico como demográfico, los países de la Unión Europea están llamados a ocupar cada vez un papel menos relevante en el mundo. Si todavía hoy en día Francia, Alemania e Italia están presentes en el G8, sólo el país germánico se mantendrá en el grupo de las economías más industrializadas para 2050. La Unión Europea es, por tanto, la única manera que tenemos los europeos de poner la voz de la democracia liberal en la toma de decisiones a escala global.
La defensa de este modo de vida no sólo es una necesidad para los europeos, sino un imperativo moral para el resto del mundo, que ve en el Viejo Continente el lugar en el que vivir en paz y contar con protección social. Esto si cabe cobra mayor importancia si tenemos en cuenta que nuestros competidores directos tienen unos valores que en poco se parecen a los nuestros.
Además, Estados Unidos ya no es el socio fiable de antaño y no mira de reojo, sino directamente, a otras zonas geográficas del mundo, como hemos visto recientemente con el Aukus. A la crisis de los submarinos se ha unido recientemente la disputa por las licencias de pesca entre Reino Unido y Francia en el Canal de La Mancha y la tensión diplomática como consecuencia del aumento de la migración desde Europa hasta las islas británicas. Esta triple crisis ha convencido todavía más a Francia de la necesidad de abordar la cuestión de la autonomía estratégica en el seno de la Unión Europea, ahora que parece que en el caso del Reino Unido y de Estados Unidos ya no se cumple el principio latino de pacta sunt servanda.
Cuando Ursula von der Leyen asumió el cargo de presidenta de la Comisión Europea se comprometió a que la suya fuese la “Comisión geopolítica”. Además, el mandato del Alto Representante Josep Borrell fue promover “una Unión Europea más fuerte en el mundo”. Difícilmente se puede decir que lo hayan conseguido hasta ahora. Pero Borrell cree que ha llegado el momento de dejar su impronta con la nueva “Brújula Estratégica” que ha presentado a los 27 países miembros de la UE.
Esta brújula responde a los ataques híbridos que sufre la UE a través de las demostraciones militares, la guerra cibernética, la desinformación y la utilización de las vidas de los inmigrantes. Por ponerle cifras, todo esto se concreta en la creación para 2025 de una fuerza militar de unos 5.000 efectivos que pueda actuar con rapidez y decisión tanto dentro como fuera de nuestro continente y que no actúe a rebufo de lo que hagan otros, como ocurrió este verano en la crisis de Afganistán. Esta fuerza militar se vería reforzada por entrenamientos conjuntos, en lugar de ser entendida como una fuerza permanente, y se establecería previamente qué acciones concretas requieren su atención. La Brújula Estratégica de Borrell también apuesta por aumentar la inteligencia europea, reforzar la seguridad cibernética, marítima y espacial e incrementar la inversión en tecnologías que modernicen los ejércitos europeos y acaben con la dependencia extranjera.
Esta brújula debería orientar la defensa europea en el siglo XXI, pero es necesaria la voluntad política de los estados miembros, también de Alemania y de los países del Este, que no quieren perder el paraguas de la OTAN. El fortalecimiento de la autonomía estrategia de la Unión Europea no debería ir en detrimento de la Alianza Atlántica, sino que debería acompañarla y hacerla más fuerte al mismo tiempo que los europeos nos corresponsabilizamos de nuestra propia defensa. Tanto la OTAN, en la cumbre del próximo junio de 2022 en Madrid, como la UE tienen que redefinir su estrategia de defensa y es imprescindible que lo hagan de forma conjunta.
Como afirmaba el filósofo romano Séneca, no hay árbol recio ni consistente, sino aquel que el viento azota con frecuencia. La Unión Europea se construye en las crisis, sobre todo en aquellas que más le golpean, y las lecciones sobre la necesidad de una autonomía estratégica las ha recibido recientemente en Ucrania, Afganistán o Bielorrusia. Ahora debe afinar esa brújula precisamente porque nos encontramos perdidos y debemos encontrar el camino en un escenario peligroso y cambiante.
Este artículo fue publicado originalmente en la newsletter de la Asociación Areté.
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