Ahora que todo el mundo habla, con una u otra fórmula, de la “España vaciada” y se plantean posibles soluciones para que el medio rural sobreviva al avance del mundo urbano, hay que recordar que sólo resistirán aquellos pueblos que cuenten con industria o con un gran patrimonio.
Ya en la Antigua Roma se experimentó un éxodo rural en tiempos de la Pax Augusta, y también el proceso contrario a finales del siglo II d.C., en el contexto de la crisis de las ciudades. La peste antonina aceleró en tiempos de los romanos la migración de las civitates a las villae unas décadas antes del comienzo de las invasiones bárbaras, tal y como recordó recientemente el profesor Javier Andreu en su blog. Puede que la crisis del coronavirus, igual que las pandemias que afectaron a los romanos, también provoquen una repoblación rural. Al fin y al cabo, la Historia son ciclos.
La ciudad romana de Los Bañales (Uncastillo, Zaragoza) fue protagonista de un rápido abandono a finales del siglo II y principios del III d.C., tal y como ha quedado atestiguado por la arqueología. Por cuarto año consecutivo, he tenido la oportunidad de excavar, becado por la Comarca de las Cinco Villas, en este antiguo municipio romano. La arqueología y la protección del patrimonio permiten, como pocas otras actividades, conocer de cerca el medio rural y acercar a jóvenes urbanitas como yo a los usos y costumbres de la vida rural.
Son cuatro los pueblos en los que los becados de Los Bañales desarrollamos nuestra vida durante las semanas de excavación: Uncastillo, Layana, Biota y Sádaba. No obstante, también nos acercamos a otros municipios como Sofuentes o Castiliscar. Todos ellos cuentan con múltiples personajes, en el buen sentido de la palabra, que acompañan nuestro día a día y que convierten nuestra experiencia arqueológica en, también, un sueño rural.
En primer lugar, me parece importante señalar que Cinco Villas es una comarca muy socialista, con porcentajes de voto que rondan el 50% en las últimas convocatorias electorales. Allí está muy presente la memoria de la represión franquista y, de alguna manera, la fuerza del socialismo cincovillés puede recordar a la del andaluz. Puesto que en los últimos años me he alojado en Uncastillo, es de sus vecinos de los que voy a hablar fundamentalmente en este artículo.
Empecemos por Varona, trabajador de la Fundación Uncastillo, que cuida de los estudiantes de Los Bañales desde hace muchos años. Es un fijo, igual que nosotros, del bar de Moe y del Forjo los sábados por la noche cuando no juega el Madrid. Él y Montse, conocida por nosotros como “la vicealcaldesa”, son como el Dúo Dinámico: siempre pendientes de nosotros, coordinándose para ayudarnos y omnipresentes, ya que siempre nos los encontramos allá donde vayamos.
Como cada verano, este año también nos hemos alojado en el albergue municipal de Uncastillo, pero en esta ocasión sin nadie más en él, a excepción de nuestro cocinero Roberto. Después de los precedentes de racionamiento, de los “toca a dos calamares por persona” y del continuo “para comer hay ensalada”, este año nos hemos encontrado con un cocinero, emigrado desde Alcalá de Guadaira (Sevilla), que se ha convertido en uno más de nuestro grupo. Por cierto, os dejo su perfil de Instagram porque también es un excepcional fotógrafo. Aunque este año todavía no ha podido acercarse a Los Bañales por la pandemia, no me puedo olvidar del francés Bernard, militar retirado que pasa sus veranos de jubilación en Uncastillo. Es puro espectáculo.
En Uncastillo a veces también hay que convivir con los habituales de la cerveza Ambar que aseguran que ellos sacarían el yacimiento en un día con la “excavadora” o que nos preguntan cuándo encontraremos el abanico de Cleopatra. No me olvido del querido vecino que nos gritaba “viva España” a los navarros, como si no compartiésemos esa expresión por el simple hecho de vivir en nuestra comunidad foral. Este año también hemos podido presumir del buen momento de Osasuna en comparación con un Zaragoza de segunda división que, para más inri, perdió contra el Huesca en una de esas tardes en el Toperas.
Lo cierto es que muchas veces nos encontramos con gente que no comprende la “lentitud” de nuestro trabajo, y por eso es necesario hacer pedagogía y explicar a los vecinos de los pueblos la importancia de su patrimonio cultural, para el que hace falta que sigan invirtiendo dinero. Ellos nos financian y a ellos nos debemos.
Habitualmente, en la segunda mitad de la excavación nos solemos alojar en Biota. Allí el vecino de referencia ha sido en los últimos años Jorge, “el marqués de Biota”, agricultor de la zona cuyo contacto con el pasado romano de su comarca ha sido encontrar cerámicas y otros restos mientras labraba sus tierras. El pueblo más grande de los cuatro es Sádaba, que cuenta con el bar “El Gallo”, en el que se puede encontrar la mejor tortilla del occidente cristiano, como siempre repite el director científico de Los Bañales Javier Andreu. Por si fuera poco el 68% de voto socialista que tuvo en sus últimas elecciones municipales, una de las calles de Sádaba lleva como nombre “El obrero español”.
Layana es otro de nuestros pueblos de referencia y por el que, además, también se accede a Los Bañales. Aunque es uno de los más pequeños de la comarca, es clave gracias al continuo empeño de su alcalde, Jesús Gay, en convertir a nuestro yacimiento en el gran motor de desarrollo rural de la zona. Él está ahí para todo lo que necesitamos, incluido para cambiar una rueda después de un pinchazo, como ha ocurrido este año. En Layana apenas hay un único bar que da vida al pueblo y del que se encargan desde hace algo más de un año dos refugiados kurdos. Aunque no se vayan a hacer de oro, se puede decir que han encontrado un hogar en un pueblo de menos de cien habitantes. ¡Uno de ellos incluso se ha echado novia!
Otro de los personajes más habituales de Los Bañales desde que comenzasen las excavaciones hace doce años es Capotillo, cuya especialidad culinaria, las migas, es un plato típico en cada campaña. Él ha sido testigo directo de la evolución de la excavación, pues su hermano ya trabajó como peón en el yacimiento cuando los trabajadores se reclutaban en la plaza del pueblo a cambio de unos duros bajo la dirección del historiador Don Antonio Beltrán.
No engaño a nadie si digo que Los Bañales somos todos: la gente que vamos a excavar todos los veranos, pero también los vecinos de las Cinco Villas. Es cierto que no todos están tan comprometidos como Joaquín, que suele hacer las visitas guiadas en el yacimiento de forma altruista, pero todos contribuyen de una u otra manera.
La gente del medio rural, y especialmente la de las Cinco Villas, es cercana y calurosa, casi tanto como sus veranos, y a veces un poco tosca, como el Cierzo que les sacude gran parte del año. La mayoría siente gran aprecio por Los Bañales y por el trabajo que hacemos allí cada año. Al fin y al cabo, creo que son conscientes de que este proyecto ha vuelto a poner a su comarca en el mapa turístico e investigador. Además, ellos saben mejor que nadie que los jóvenes estudiantes somos los mejores embajadores que pueden tener.
Estos pueblos apenas cuentan con industria, pero sí tienen un gran patrimonio histórico – Uncastillo tiene hasta siete iglesias románicas, entre otras cosas – que debe ser aprovechado, ya que es la única manera que tienen de sobrevivir. Por eso, no se entiende que el Gobierno de Aragón no apueste por Los Bañales en un momento en el que tanto se habla de despoblación. De hecho, si no fuera por el cada año mayor apoyo de las Cinco Villas, el yacimiento sería un solar abandonado. Es incomprensible que el interés que los académicos, los turistas y los vecinos de la comarca muestran por esta ciudad romana, todavía sin nombre confirmado, no se vea acompañado de una aportación económica por parte del Gobierno aragonés.
En los últimos cuatro años he descubierto que una de las partes más bonitas de la arqueología es “hacer territorio”. Está muy bien – y es la base de cualquier proyecto investigador – publicar artículos, pero hay pocas cosas más gratificantes que mostrar a los vecinos de los pueblos la riqueza patrimonial hasta entonces escondida de su territorio. Es lo que se conoce como arqueología pública en la que el historiador se convierte en un divulgador, tal y como ocurre en Los Bañales, en Santa Criz de Eslava o en la Semana Romana de Cascante, por citar tres proyectos consolidados. Por ello, la interacción entre los estudiantes universitarios y los habitantes de los pueblos, muchos con estudios y otros no, es imprescindible. Como pamplonés, nunca podré estar lo suficientemente agradecido a las Cinco Villas por darme la oportunidad a lo largo de estos años de conocer ya no sólo su patrimonio, sino también a sus gentes.
Aunque no son cincovilleses de nacimiento, no me puedo olvidar de Javier, Juanjo, Pedro, Fernando, Lorena, Macu, Tamara y tantos estudiantes que han dedicado mucho tiempo de sus vidas a Los Bañales. Este yacimiento es su locus amoenus.
Nota: la foto de la portada del artículo es de Roberto Carlos Rodríguez.
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