A unos días de que termine mi Erasmus en Irlanda, no puedo dejar pasar la oportunidad de hacer unas reflexiones sobre este programa que ha contribuido, más que cualquier otra cosa, a la formación de una identidad europea entre los jóvenes universitarios.
Cuando decidí que quería hacer mi Erasmus en Irlanda no era del todo consciente de que el debate en torno al Brexit iba a centrar gran parte de mi estancia en la Universidad de Limerick. La mayor preocupación de los irlandeses en los últimos años ha sido y es el Brexit por las fuertes relaciones históricas que mantienen con el Reino Unido.
Es cierto que la integración de Irlanda en la Unión Europea les ha permitido reducir la dependencia económica en Gran Bretaña, pero la ganadería y la agricultura irlandesas siguen teniendo fuertes lazos comerciales con el viejo Imperio Británico. Y son muchas las familias que todavía viven aisladas en granjas.
En Irlanda el euroescepticismo ha colapsado por el Brexit. Igual que la mayoría de los europeos, los irlandeses piensan que el Brexit es una decisión egoísta del Reino Unido fundamentada en mentiras y en un viejo imperialismo más propio del siglo XX que del XXI. Por tanto, la pertenencia a la Unión Europea se ha convertido en Irlanda en una manera de subrayar su independencia frente al Reino Unido.
Sin embargo, aunque les cueste reconocerlo, los irlandeses están muy influenciados por la prensa británica y siguen muy de cerca todo lo que rodea a la política inglesa como si fuese un asunto doméstico propio.
La cuestión que más dolor produce a los irlandeses es la partición de la isla en dos desde el Tratado Anglo-irlandés que puso fin a la Guerra de Independencia hace casi un siglo. Me ha llamado la atención que la mayoría de los irlandeses jóvenes con los que he podido hablar no han visitado Irlanda del Norte, a pesar de que Belfast se encuentra a cinco o seis horas en coche de la zona más meridional de la isla. Está claro que la distancia entre el norte y el sur es más emocional que física.
La política irlandesa tiene un componente nacionalista muy fuerte ya que los dos principales partidos son herederos del movimiento republicano que consiguió la independencia de Irlanda. Los partidos con un estilo más europeo como los socialdemócratas o los laboristas no consiguen grandes resultados.
Este fuerte sentimiento nacionalista explica la posición de la mayoría de los irlandeses acerca de la cuestión catalana. La ignorancia de muchos les hace pensar que el caso de Irlanda respecto al Reino Unido es similar al de Cataluña con España. Lo cierto es que, si el procés se parece a algo, es al Brexit y no a la independencia de Irlanda. En estos meses yo he tratado de explicar a todos los que han querido escucharme que España es una de las democracias más consolidadas del mundo. Pero no es mi intención resucitar en este artículo este debate, que ya me supuso centenares de tuits, unos de apoyo y otros con insultos, en respuesta a un hilo que hice en octubre.
Volviendo al Programa Erasmus en sí, su mayor problema es la escasa financiación que recibe. En el caso de Navarra, se trata de una experiencia que no todo el mundo se puede permitir ya que las becas apenas cubren un tercio del coste total de la estancia. Además, la financiación solo se recibe durante y al terminar el Erasmus.
La beca que recibimos los estudiantes navarros (unos 500 euros por cuatrimestre) es absurda en comparación con la de otros estudiantes españoles como los andaluces o los canarios (unos 3.000 euros). A todo ello hay que sumar la beca de la Unión Europea, que ronda los 1.200 euros en Irlanda por cuatrimestre. Suelo decir en broma que mientras que los navarros no podemos financiarnos ni un techo con la beca, los andaluces pueden pagarse hasta las cervezas.
En lo que no puede convertirse el Erasmus es en un programa que solo las clases medias y altas se pueden permitir. La globalización ya ha dejado muchos perdedores que se han echado en manos del populismo, y la Unión Europea necesariamente tiene que hacer partícipe de su proyecto común a todos los europeos.
El segundo problema es académico. En este cuatrimestre he tenido la oportunidad de cursar una asignatura sobre la historia, el funcionamiento y los retos de la Unión Europea. Aunque a mí me hubiese gustado profundizar más, la mayoría de los alumnos desconocían muchas de las cosas que hemos podido estudiar en las clases. No se trata de una asignatura obligatoria, sino de un curso propio de la Universidad de Limerick, que tiene un perfil muy europeo al haber nacido al mismo tiempo que se produjo la integración de Irlanda en la UE en 1973.
El Erasmus proporciona una identidad europea ya que nos permite conocer a personas de todo el continente que no son tan distintas a nosotros. Nos permite forjar relaciones con personas de muchas nacionalidades, aunque la mayoría de nuestros amigos siempre sean de nuestro país. Pero creo que hay que profundizar en el conocimiento que los universitarios tienen de la UE, para que realmente se den cuenta de que solo la integración permite esta experiencia. Por eso, una asignatura sobre la Unión Europea como la que he cursado en estos meses debería ser obligatoria para recibir la beca.
Vivir en otro país es el mejor antídoto frente a la enfermedad del nacionalismo. Nos permite olvidar la pequeñez de nuestras ciudades, regiones o países y ver el mundo con una mirada más amplia. Quizás yo soy un caso particular porque tengo la bandera de Navarra en mi cuarto y la contemplo mientras escribo estas palabras, pero en 2019 solo entiendo la pasión por mi región si es dentro de una Europa integrada.
El Erasmus también es un buen antídoto para los independentistas catalanes o vascos, que, al final, se relacionan la mayor parte del tiempo libre con el resto de españoles, con los que comparten una lengua y una cultura comunes.
Dos años después del fallecimiento de Manuel Marín, el “padre” del Programa Erasmus, tengo que darle las gracias. Aunque la mayoría de los universitarios nunca oirán hablar de él, su legado continuará vivo a través de muchas generaciones de estudiantes europeos.
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