¿Y si Pedro Sánchez consigue después de las elecciones una mayoría que le permita al PSOE gobernar sin los independentistas/nacionalistas catalanes por primera vez desde 1989? Aquel año Felipe González solo necesitó la abstención del PNV para ser investido presidente. Desde entonces, todos los candidatos socialistas, González, Zapatero y Sánchez, han necesitado el permiso de ERC o de CIU y de ambos en algunos casos para llegar a La Moncloa.
Una vez confirmado el fracaso de nuestros partidos políticos a la hora de negociar una investidura que permita a Sánchez ser investido presidente, se ha abierto una ventana de oportunidad para la izquierda en la que el PSOE pueda gobernar con el apoyo de Podemos, PNV y, quizás, la plataforma que lance Errejón. En realidad, esto es lo que los socialistas esperaban de las elecciones generales de abril después de constatar en la votación de los Presupuestos que ERC no es un socio fiable.
Está claro que Sánchez es el principal responsable de la convocatoria electoral. Y no lo digo porque represente al partido más votado, sino porque podría haber aceptado el gobierno de coalición que proponía Podemos. Pero él tiene la convicción de que sería un gobierno que se dividiría en temas trascendentales como la cuestión catalana (con la sentencia del procés cerca) y la económica (Sánchez ya reconoce un “enfriamiento” de la economía porque no quiere repetir los errores de Zapatero).
Si a eso le añadimos que dependería en cada votación de ERC, al igual que en la fracasada anterior legislatura, de haber salido el gobierno de coalición habríamos tenido un adelanto electoral en un año, justo en el momento en el que las previsiones anuncian una mayor ralentización de la economía. Y ahí la derecha hubiese arrasado.
Es cierto que Sánchez miente cada vez que afirma que no quería las elecciones, pero sí dice la verdad cuando asegura que “no dormiría por las noches” de haber metido a Podemos en el Gobierno en este contexto. Para los socialistas es imprescindible gestionar de forma razonable una recesión después de la travesía del desierto que han pasado en la última década por las decisiones del anterior gobierno de Zapatero.
Aunque no le gusten los resultados, un representante político no debería buscar una repetición electoral. Pero un político responsable tampoco debería bloquear el país como han hecho Casado, Rivera e Iglesias. El diez de noviembre seremos los españoles, algunos, como yo, desde el extranjero, los que tendremos que decidir si queremos un gobierno que no dependa de ERC. El PNV es todo lo contrario a un problema, pues, pese a su condición nacionalista, es uno de los pocos partidos que aporta estabilidad a España en todo momento.
La desmovilización de la izquierda tendría que ser muy exagerada para que la derecha tuviese alguna posibilidad de sumar. Según los analistas, PP, Ciudadanos y Vox tampoco podrían alcanzar la mayoría absoluta con una coalición al estilo España Suma, ya que gran parte de los votantes del partido naranja no votarían nunca a una plataforma que incluya a la extrema derecha. Por eso, se puede descartar que Casado vaya a ser presidente.
Iván Redondo ha tenido todo el verano para preparar unas elecciones en las que Sánchez, desde la izquierda, ocupará todo el centro político. El empuje de Podemos dependerá del número de circunscripciones en las que se presente la plataforma de Errejón. Sin embargo, sospecho que Iglesias ha conseguido afianzar en la negociación fallida a gran parte de sus votantes.
En el campo de la derecha, el PP podrá volver a acercarse a los noventa escaños (ahora tiene 66) por la bajada de Ciudadanos y de Vox y Casado podrá continuar como líder de la oposición. Tampoco hay que descartar que sea el PP el que acabe facilitando la investidura de Sánchez.
Aunque el presidente esté jugando con fuego, quizás ha demostrado la mayor madurez política de toda su carrera en este verano. Ha decidido buscar cuatro años de estabilidad y no querer el poder a cualquier precio. Si pierde la partida y, contra todo pronóstico, la derecha se hace con La Moncloa se convertirá en el centro de las críticas de toda la izquierda merecidamente. Pero Pedro Sánchez ha demostrado en los últimos años que tiene un gran olfato político.
«Renace el felipismo, larga vida al pedrismo».
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