Ayer me di cuenta de que nunca he sentido odio. Por nadie. No sé qué es eso y tampoco tengo ganas de sentirlo. Debe de ser una sensación terrible; es casi como estar poseído por una fuerza sobrenatural que te impide pensar y comportarte civilizadamente. Cuando vi el vídeo de los vecinos de Rentería que gritaban, insultaban y amenazaban a los simpatizantes de Ciudadanos después de un mitin, me di cuenta de lo que es el odio.
Vi niños, jóvenes y adultos. Vi personas que insultaban con la cara tapada y vi otras que no se escondían. Vi padres que enseñaban a sus hijos a llamar “fascistas” o “maricones” a los que no piensan como ellos. Pero, sobre todo, vi odio. Ojos y palabras llenas de odio, de rencor y de racismo.
Es un racismo que necesita de un “otro” al que hacer frente para establecer una identidad colectiva de un “nosotros”. Los extremistas siempre necesitan al otro distinto a quien combatir y reprimir. Al mismo tiempo que quieren una homogeneidad social, la existencia de alguien distinto es imprescindible para mantener su discurso.
Unos minutos antes del acto, el secretario general de Sortu, Arkaitz Rodríguez, que, para colmo, presume en su biografía de Twitter de ser “nieto de jornaleros andaluces”, anunció a Ciudadanos que les esperaba “un pueblo digno, sereno, solidario e imaginativo”. Pues qué suerte. No me gustan las generalizaciones, pero allí no se vio esto.
Lo que sí se vio fue la valentía de Maite Pagazaurtundúa. El otro día tuvo que aguantar el intento de boicot por parte de independentistas radicales al acto de S´ha Acabat en la Universidad Autónoma de Barcelona y ayer sufrió el acoso de muchos vecinos de Rentería. Pagaza tuvo el valor de subir al estrado, defender “la libertad para todos” e invitarles a construir una “Euskadi de futuro y una España mucho más interesante”, también con ellos, cuando condenen la persecución.
¿No se sintieron humillados los abertzales? Qué valor. Mientras Pagaza defendía la libertad y la convivencia para todo el pueblo vasco, ellos trataban de expulsar de su país a dos vascos como Fernando Savater o Maite Pagaza. Y a tantos otros que, vascos o no, solo quieren vivir en paz.
No voy a nombrar a los que, con su aquiescencia, acusan a Ciudadanos de ir a Rentería para provocar. En primer lugar, porque todos los ciudadanos tenemos derecho a ir a dónde nos de la gana en democracia. Pero, sobre todo, porque nadie puede acusar a una víctima del terrorismo como Pagaza de alentar la violencia o la crispación. A ella no, porque ella sabe lo que es, y la ha sufrido.
La campaña para las elecciones generales se ha puesto fea. La acusación de Casado a Sánchez de que este último “prefiere manos manchadas de sangre que manos pintadas de blanco”, en alusión a las manifestaciones contra el asesinato de Miguel Ángel Blanco, son una indignidad impropia de un líder de la oposición.
Son palabras que no ayudan a la convivencia y que tampoco funcionan. La estrategia de Rajoy entre 2004 y 2008 de acusar a Zapatero de “traicionar a los muertos” fue un completo fracaso. Veremos si Casado tiene más suerte, pero tampoco tiene pinta.
El terrorismo y sus coletazos han entrado de lleno en campaña y no es buena noticia. Si los políticos no ponen “la ética por encima de la política” en un tema como este, tal y como recientemente les pidió Toni Nadal, difícilmente podremos derrotar juntos al fascismo que penetra en todos aquellos que acosaban ayer a los simpatizantes de Ciudadanos.
La convivencia no es gratis y a todos nos supone un esfuerzo. Todos nos equivocamos y, a veces, nos dejamos llevar por sentimientos que nos impiden respetar al que no piensa como nosotros. Yo también. Por eso, hoy cobran todavía más fuerza las palabras de Pagaza de invitar a los abertzales a construir una Euskadi juntos. Porque ella entiende que la democracia se basa en la tolerancia, en el perdón y en la memoria. A ver cuándo lo entienden los otros. A ver cuándo lo entendemos todos los demás.
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