Hay algo que Mariano Rajoy y Pedro Sánchez tienen en común: los dos son unos supervivientes en política. El superviviente Rajoy ha aguantado cinco años desde que en 2013 se publicaron los papeles de Bárcenas y su famoso “Luis, sé fuerte. Hacemos lo que podemos”. En ese momento, Rajoy debería haber dimitido. Sin embargo, aprovechó su mayoría absoluta y dos sucesivas victorias en las elecciones generales de 2015 y 2016 para mantenerse en el poder. Ya no ha aguantado más o, mejor dicho, no le han aguantado más.
Sánchez también es un superviviente. Es un político atípico al que los analistas no alcanzan a comprender, como demuestra el hecho de que la mayor parte de los tertulianos le diesen por muerto políticamente aquel uno de octubre de 2016 en el que dimitió como líder de los socialistas. Y no digamos aquellos que se han pasado estos últimos meses despreciando su estrategia de oposición y su poca visibilidad. Han quedado desconcertados ya que en una semana Pedro Sánchez ha jugado la carta de la moción de censura y es nuestro presidente.
Pedro “el Guapo”, como le han bautizado algunos, también ha sobrevivido a los medios de comunicación. La hostilidad con la que los principales periódicos nacionales han recibido a Sánchez solo es comparable al rechazo que sentía la prensa por Adolfo Suárez en la Transición o por Felipe González en sus últimos años. En concreto, El País llegó a referirse a Sánchez como un “insensato sin escrúpulos”, aunque también podríamos referirnos a otros editoriales como “Salvar al PSOE” o “El brexit del PSOE”.
No aciertan tampoco aquellos que creen que la elección de Sánchez como presidente es fruto de una carambola y de una casualidad. Imagino que tiene que ser duro para aquellos que siempre le pronosticaron un escaso recorrido político ver que ahora es él, Sánchez, el que se ha convertido en presidente. También es duro para Susana Díaz. Sin embargo, lo sorprendente es que Rajoy haya aguantado tanto tiempo cuando la situación era insostenible desde hace años. Ante este escenario, el presidente Sánchez se ha convertido en el único que podía liderar la regeneración de las instituciones.
Si nos remontamos a 2014, no hay que ser un gran analista para darse cuenta de que los dos primeros años de Sánchez al frente del PSOE fueron un absoluto desastre: no comprendió a los votantes de Podemos, se enfrentó a toda la vieja guardia de su partido y cosechó los dos peores resultados de los socialistas en democracia. Pero detrás de todo ese fracaso estaba la falta de autonomía política que tenía: no era un líder, sino que era el secretario general porque Zapatero, Díaz y compañía así lo habían querido.
Cuando se dieron cuenta de que Sánchez tenía ambiciones propias más allá de ser una marioneta, se pusieron manos a la obra para acabar con él. La defenestración de Sánchez con técnicas torticeras y con una dudosa interpretación del reglamento del PSOE le dieron una nueva oportunidad, un relato. Y ese relato le permitió, tras unos duros meses de campaña por el desierto, pero con el calor de la militancia socialista, volver a su antiguo puesto y construir un proyecto basado en dos pilares: una oposición de Estado y un proyecto socialdemócrata para una España del siglo XXI.
Durante todo este tiempo, Pedro Sánchez se ha construido a base de golpes, principalmente de sus compañeros. Sin embargo, tantas traiciones le han permitido darse cuenta de quiénes son los que realmente confían en él y estos siempre han sido pocos. Los que siempre le han apoyado han sido José Luis Ábalos, secretario de Organización del PSOE, y Adriana Lastra, vicesecretaria general. También hay que añadir a Juanma Serrano, su jefe de gabinete, y a Maritcha Ruiz-Mateos, la jefa de comunicación del partido, quiénes al mismo tiempo que Sánchez, perdieron sus puestos y sus sueldos en octubre de 2016 y, a pesar de eso, no le abandonaron. Estas cuatro personas le han defendido cuando nadie lo hacía, han arriesgado su carrera profesional y han llorado con él. A este núcleo duro también se han sumado Carmen Calvo, encargada de negociar la aplicación del artículo 155 con Soraya Sáenz de Santamaría y el navarro Santos Cerdán, que en primarias llegó a alojar a Sánchez en su casa y que ha sido clave en la negociación con el PNV en la moción de censura.
Hay otros que no han sido tan cercanos, pero que también le han apoyado siempre como Susana Sumelzo, Luz Martínez Seijo, María Luisa Carcedo, Margarita Robles, Iratxe García, Zaida Cantera, Óscar Puente o Alfonso Rodríguez Gómez de Celis. A ellas les llamaban las “viudas de Sánchez”.
Todos los que están cerca de él coinciden en una cosa: Pedro Sánchez ha madurado y ha aprendido mucho desde su dimisión. Se nota que goza de autonomía política ya que es él el que ha conseguido la victoria interna en el PSOE y no le debe nada a ningún barón territorial. Ya no es el político que perseguía un minuto en televisión. Ahora prefiere elegir escrupulosamente los momentos más propicios para lanzar sus mensajes. Esto es mérito, en parte, del consultor político Iván Redondo, que se ha incorporado a Ferraz. Precisamente Redondo insistió a Sánchez en la importancia de dejar claro en su discurso en el Congreso que Rajoy podía evitar la moción de censura si dimitía: “Dimita señor Rajoy. Su tiempo acabó. Dimita. Dimita y esta moción de censura habrá terminado hoy, aquí y ahora”.
Sánchez ha demostrado su gran capacidad política y que puede sobrevivir incluso en el ambiente más hostil. Ahora está por ver si sobrevivirá a un gobierno con solo 84 escaños detrás, a una feroz oposición del PP y a unos aliados de los que ni se fía ni se puede fiar (y esto también lo ha aprendido de su primera etapa al frente del PSOE). Es difícil que Sánchez logre aprobar unos Presupuestos Generales o que consiga derogar la reforma laboral del PP, pero sí va a poder avanzar en otros temas como la memoria histórica, la igualdad salarial o la derogación parcial de la ley mordaza. Si lo sabe explicar, estará en disposición de ganar – esta vez sí – las próximas elecciones generales que serán, por cierto, cuando él quiera.
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