El próximo lunes, Rafa Nadal se convertirá, de nuevo, en el número uno del circuito ATP. Y lo logrará nueve años después de conseguirlo por primera vez tras su victoria en los Juegos Olímpicos de Pekín. Siete años después de lograrlo por segunda vez. Y tres años después de perderlo tras una dolorosa derrota en octavos de final de Wimbledon. ¿Y entre medio? Las lesiones de 2014, la inseguridad de 2015 y los sacrificios de 2016.
Dicho camino a la cima comenzó en octubre del año pasado. Tras lesionarse en Roland Garros, recuperarse de forma exprés para poder competir en los Juegos Olímpicos y poner en riesgo el resto de su carrera al partirse la cara por España en Río, Nadal decidió que tenía que parar. El objetivo era claro: realizar una pretemporada que le permitiese estar a pleno rendimiento en 2017. El resultado, inmejorable: una frescura y rapidez de piernas únicas en el circuito, una derecha, de nuevo, afilada para hacer el daño de antaño en los rivales y un segundo saque temible. Todo ello, junto al revés, tan mejorado en los últimos años, han provocado que, técnicamente, el nivel de Nadal sea de número uno.
La segunda gran decisión tuvo lugar en diciembre. Carlos Moyá puso fin a su relación con Milos Raonic y a continuación, Toni Nadal le llamó para conocer su disponibilidad. Referente, mentor, amigo y, ahora, entrenador de Nadal. Es evidente que la entrada de Moyá en el clan de los Nadal no ha revolucionado el juego del manacorí, pero ha contribuido a convencer a Rafa de que tiene que ser más agresivo si quiere competir por todo.
Si Rafa acaba como número uno del mundo al final del año está por ver. La lucha con Federer va a ser encarnizada y se librará, principalmente, en el Open de Estados Unidos del próximo mes de septiembre y en la Copa de Maestros en noviembre. De momento, Nadal ya es el segundo tenista más veterano de la Era Open en alcanzar la cima del ranking, sólo superado por Agassi. Eso sí, lo mejor está por llegar.
Enhorabuena, Rafa.
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