Era la noche más calurosa del verano, él odiaba aquellas noches ya que de pequeño, al menos una vez al año, se despertaba en mitad de la madrugada y, por culpa de los sudores y no poder dormirse, su mente imaginaba ruidos o convertía pequeños sonidos en los pasos de un ladrón. Su sensación térmica se triplicaba lo que no le impedía que, por miedo, se tapara sigilosamente con su edredón para sentirse más seguro.
Pasaba horas despierto sin realizar ni un solo movimiento, no fuera que el desconocido descubriese que no dormía, hasta que finalmente se armaba de valor y encendía la luz y, de nuevo, descubría que habían sido imaginaciones suyas.
Ya con unos años más, en una de esas bochornosas noches de verano el joven se despertó y oyó esos ruidos, pero al momento encendió la luz pensando que no había nada realmente debido a su madurez, recordando aquellas eternas horas en vela de agonía e incertidumbre.
Pero, al iluminar aquella pequeña habitación, se dio cuenta de que tenía un cuchillo rozándole el cuello. Esta vez era de verdad. Vislumbró a su asesino. Y ese era yo.
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