A la mañana siguiente todos manteníamos el miedo de aquella eterna noche excepto los veteranos de guerra como Pineda que seguía recto como si no hubiese ocurrido ninguna desgracia. Me dirigí a mi habitación y hablé con mis compañeros.
-Encontré a Luis con un cuchillo clavado comuniqué yo.
-¡Qué horror! Expresó Francisco
– Si os confieso, en realidad yo no fui a la batalla, me escondí en el camarote afirmó Marco.
-Que geta tenéis algunos dijo Rubén.
-Ni que fuera tu primera batalla expresé yo.
-Ya pero es que me entró miedo en el cuerpo y en solo pensar que no volvería a ver a mi familia, no puede coger el trabuco aceptó Rubén.
Entró el comandante Herrera a nuestro camarote con un soldado gaditano, paliducho, de cierta edad llamado Felipe que había perdido un brazo en la batalla y que era sargento por lo que estaríamos a sus órdenes.
-De paso, Tristán, vete a buscar a García y dile que a las seis en el camarote de Pineda, rápido ordenó Felipe.
-Como usted mande sargento contesté.
Empecé a buscar a García mientras que me preguntaba que asunto se traían entre manos los dos oficiales. Pensé que estaría en el salón bebiendo una copa. El salón estaba decorado con muebles de madera y con varias escotillas cerca de las botellas de brandy.
-Capitán, el sargento Felipe Castro me ordenó que le dijera que fuese a las seis al camarote de Pineda comunicó Tristán.
-Allí estaré. Transmite mi respuesta Castro expresó García.
-Desde luego contestó el joven soldado.
Mientras volvía a mis quehaceres escuché al vigía gritar ¡Tierra! ¡Cerdeña! De repente apareció Pineda, dando órdenes.
-Preparad los botes, saldremos en una hora a coger alimentos y agua, vosotros traed mi espada, que me acompañe García con 50 hombres ordenó el general.
Yo estaba entre esos 50 hombres escogidos al azar, así que me armé bien ya que no sabríamos que podríamos encontrar por esas selvas, salvajes, animales hambrientos, etc.
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